martes, 21 de agosto de 2012

EL LEGADO DE BOURNE (2012), una innecesaria reinvención



Lo mejor: el primer tercio del filme
Lo peor: la disolución de las señas de identidad de la saga y la falta de profundidad psicológica de Aaron Cross
Puntuación: 5/10

La simbólica escena inicial del Legado de Bourne nos deja las cosas claras. Jason Bourne ya no está, es cosa del pasado y Aaron Cross nada hacia las profundidades de las aguas —allí donde vimos nacer y “morir” a Bourne— para recoger su testigo.

Así, como si de una carrera de relevos se tratase, empieza una nueva historia, con nuevo(s) protagonista(s) y distintas señas de identidad, pero con algunas conexiones a la saga Bourne y es que, Tony Gilroy, el que fuera responsable del guión de las tres entregas anteriores, no sólo vuelve a escribir el libreto, sino que también dirige el filme.

A diferencia de las anteriores películas, esta vez, Gilroy, no parte de ninguna de las novelas de acción de Robert Ludlum —el verdadero “padre” de Jason Bourne— para imaginar las aventuras de este nuevo agente secreto interpretado por el flamante hombre de acción en Hollywood, Jeremy Renner. 

Esa orfandad ha permitido a Gilroy introducir en la saga una de las temáticas que imperan en el cine hollywoodense actual, los superpoderes. No es nada descabellado pensar que Aaron Cross es la versión suavizada del Capitán América. A lo largo de los —excesivos— 135 minutos de metraje, sobrevuela la idea de que los agentes del programa “Outcome” están sometidos a una modificación genética que les aleja de su condición humana ordinaria —ver la conversación sobre los lobos que mantienen Cross y otro agente del programa “Outcome” en una cabaña— y les convierte en una especie de supersoldados dotados de unas habilidades sobrenaturales, capaces de saltar más alto, pensar más rápido y tolerar un mayor grado de dolor. 

Ese es el principal planteamiento encargado de reinventar y, a la vez, deteriorar la saga. Mientras Jason Bourne huía de la CIA en busca de su propia identidad, Aaron Cross huye de la CIA en busca de esa permanente condición de supersoldado sin la necesidad de medicarse para ello. El personaje de Bourne no sólo revolucionó el arquetipo del espía por su descomunal contundencia, su tremenda rapidez y su enérgica violencia física, sino que también lo hizo por la inusual profundidad psicológica que poseía, capaz de enamorarse o jugarse la vida poniendo Moscú patas arriba sólo para pedir perdón a la hija de sus primeras víctimas. Aaron Cross posee las mismas funciones motrices que Bourne pero carece de las psíquicas, siendo un personaje absolutamente plano e incapaz de generar algún tipo de empatía con el espectador.

Dejando a un lado la ingeniería genética, Gilroy ha sabido mantener los temas que caracterizaban a la franquicia como son la manipulación de la información y el permanente control de la vida privada por parte de los gobiernos, la paranoia persecutoria instaurada en las sociedades contemporáneas —ya tratada en filmes como Conspiración (1997), Enemigo Público (2007) o La conspiración del pánico (2008)—, la maquiavélica idea “el fin justifica los medios” representada en los controladores de la CIA o la deshumanización de los soldados. 

Pero el gran logro de Gilroy es haber sabido entrelazar la historia de Bourne con la historia de Cross sin que esa mezcla chirríe. El legado de Bourne ocurre paralelamente a El Ultimátum de Bourne, de tal manera que, sin los sucesos ocurridos en la tercera entrega, no existiría esta cuarta. En el primer tercio de la película, consigue hilvanar, a modo de prólogo, un perfecto entramado de información que nos recuerda al sensacional guión de su ópera prima, Michael Clayton (2007), exigiendo al espectador —y, sobre todo, a aquél que no haya visto las películas anteriores— la máxima atención posible para cazar todos los detalles de la trama.

Esos 30-35 minutos iniciales van acompañados de una dirección que nos hace rememorar los mejores momentos de la saga: abundante información en poco tiempo, ritmo frenético, un excelente uso del montaje paralelo para crear suspense, una puesta en escena ágil con constantes movimientos de cámara, unas secuencias con un gran número de planos. Después de esos primeros minutos y una vez ubicados en la historia, Gilroy apuesta por un clasicismo que lastra el devenir del filme eliminando, así, los cánones visuales característicos de las pasadas entregas y, cuando los intenta recuperar —ver secuencia final—, no logra alcanzar el nivel que Paul Greengrass consiguió con El mito de Bourne y El ultimátum de Bourne. Como consecuencia de ello, el guión se torna demasiado explicativo, la puesta en escena reposada y el ritmo narrativo fatigoso.

Por todo lo expuesto podríamos resumir que esta reinvención ha supuesto un retroceso a la franquicia y una disolución —parcial— del espíritu de un Jason Bourne que nos ha legado una innecesaria continuación de aquél magnífico broche final en el “East River” de Manhattan.





Ficha técnica

Título: El legado de Bourne
Título original: The Bourne Legacy
Dirección: Tony Gilroy 
Guión: Tony Gilroy, Dan Gilroy
País: Estados Unidos
Año: 2012
Duración: 135 min.
Reparto: Jeremy Renner, Rachel Weisz, Edward Norton, Joan Allen, Donna Murphy, Oscar Isaac, Scott Glenn, Albert Finney, David Strathairn, Corey Stoll, Stacy Keach, Michael Papajohn, Dennis Boutsikaris, Sheena Colette, Michael Chernus, Nilaja Sun, Michael Berresse, Tom Riis Farrell, Karen Pittman, Eli Harris, Page Leong, John Arcilla, Lou Veloso, Frank Deal, Madeleine Nicolas, Natalie Bird
Distribuidora: Universal Pictures
Productora: Universal Pictures, Bourne Film Productions, Bourne Four Productions, Captivate Entertainment
Animación: Alessandro Ciucci, Lai Lok Chau 
Departamento artístico: Alex Gorodetsky, Alexios Chrysikos, Ana Lombardo, Andrew Elmendorf, Arizona Newsum, Bradley Rubenstein, Christine Moosher, Christopher Weiser, Dan Maslen, David Dowling, Diana Burton, Ed Symon, Edward J. Johnson, Eric Helmin, Eugene Gogowich, Frazer Newton, Hinju Kim, James Hoff, Jeni Harden, Joan Winters, John Geisler, Jordy Wihak, Jose Pavon, Julia G. Hickman, Katie Bova, Ken Nelson, Kenneth Brzozowski, Lisa Scoppa, Loyola Lewis, Melissa Kyle, Neil Colango, Nicole Grace, Philip Canfield, Quang Nguyen, Robert K. Feldmann, Sean Doyle, Sheyam Ghieth, Spencer Louttit, Steven E. Lawler, Tim Davies, Tom Firestone, Victor Morales
Dirección artística: Molly Hughes
Diseño de producción: Kevin Thompson
Efectos especiales: Alan Scott, Amanda Paller, Brian Namanny, Christopher A. Suarez, Cole Taylor, Damian Fisher, Darcy Healy, Deborah Galvez, Doug Coleman, Gary Elmendorf, Hiroshi 'Kan' Ikeuchi, Jason Matthews, Javier Contreras, Jeff Himmel, John Cherevka, John Rosengrant, Leslie Coogan, Lindsay MacGowan, Lyndel Pedersen, Mark Maitre, Matt Heimlich, Michael Ornelaz, Paul Mejias, Rich Haugen, Rodrick Khachatoorian, Sam Dean, Scott Garcia, Scott Stoddard, Shane Mahan, Stan Blackwell, Ted Haines
Efectos visuales: Chris McLaughlin, Christopher Michael Coupe, Craig Crane, Dan Maslen, Daniel Smollan, George Barbour, Giuseppe Chisari, Hal Couzens, Harrison Marks, Jeremy Hattingh, Michael Bruce Ellis, Petter Folkevall, Suzanne Hillner, Tze Ken Lim, Zeljko Barcan
Fotografía: Robert Elswit
Guión: Dan Gilroy, Tony Gilroy
Maquillaje: Björn Rehbein, Elizabeth Yianni-Georgiou, Felicity Bowring, Jerry DeCarlo, Joanne Jacobsen, Joseph Farulla, Sunday Englis
Montaje: John Gilroy
Música: James Newton Howard
Producción ejecutiva: Jennifer Fox


Tráiler



BSO



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